miércoles, 21 de mayo de 2014

ITALIA (Inicios del sector textil Italiano)

El sector al que correspondió el mayor protagonismo dentro de la industria europea moderna fue, sin lugar a dudas, el textil. Ello no representaba, en realidad, novedad alguna, pues la industria medieval se desarrolló precisamente en función primordialmente de la fabricación de tejidos. El vestido, al tiempo que una necesidad inmediata, resulta expresión visual de distinción social, aún más que la decoración de la vivienda. Por ello la industria textil creció a expensas tanto de la necesidad como del lujo.
Los grandes centros de producción eran en el siglo XVI, en buena medida, idénticos o parecidos a los de siglos anteriores. Había varias áreas que condensaban el mayor número de talleres y artesanos. El norte de Italia, en primer lugar, constituía una zona de amplia implantación tanto de la producción de paños de lana como de la de tejidos de seda. Las oligarquías nobiliarias urbanas de ciudades como Florencia o Milán fundamentaron su poder económico en la producción y comercialización de textiles. A estos centros se añadieron otros, como Bérgamo, Brescia, Pavía o Como. En conjunto, el peso de la fabricación de paños y telas en la composición de la población activa industrial norteitaliana fue abrumador. En Florencia, por ejemplo, el Arte della lana "ocupa una treintena de miles de personas de la ciudad y las afueras. Compra la lana bruta que viene de Puglia, Castilla, Borgoña o Champagne, y la hace lavar, cardar, y peinar en los lavaderos y talleres del Arte con utensilios fabricados en Lombardia. Los Médicis, por ejemplo, cuya expansión se ha observado en la segunda mitad del silo XV, tienen sus propios talleres, donde sus obreros trabajan sometidos a una severa disciplina, vigilados por los encargados y según horarios regulados por el sonido de la campana" (B. Bennassar). La ciudad del Arno disponía a principios del siglo XVI de capacidad suficiente para producir más de 2.000 piezas de paño anuales, el equivalente a unos 80.000 metros de tejido.


En el sur de Italia, Nápoles constituía también un centro importante de producción e hilado de seda, junto a Catanzaro. Sin embargo, la fabricación de tejidos se efectuaba en las ciudades del Norte (Florencia, Venecia, Génova, Milán), a cuyos talleres la seda napolitana o calabresa era remitida para su confección definitiva. La industria textil italiana atravesó por momentos de dificultades a raíz de las guerras de Italia, aunque más tarde se recobró en parte.
Otro gran centro de producción pañera fue Flandes. Aquí, la materia prima utilizada era, principalmente, la lana de oveja merina procedente de Castilla, excelente para la fabricación de telas ligeras. La unión de ambos países bajo la Monarquía de Carlos V favoreció aún más las posibilidades de un comercio regular de exportación e importación de lana. Junto a la pañería, en Flandes floreció también una industrial textil artística de primera calidad como la tapicería. Los bellos tapices flamencos con representaciones de escenas bíblicas, mitológicas o históricas adornaron ricamente las paredes de los grandes palacios de la época.
En tercer lugar, Inglaterra fue también un foco de potente desarrollo textil, fundado en la industria pañera. Durante el siglo XVI esta industria, ya floreciente en el siglo XV en el este del país (Norfolk, Essex, Kent), se extendió hacia el oeste (Gloucester, Somerset). La demanda de materia prima para la pañería inglesa potenció la cría de la oveja hasta el punto de provocar serías transformaciones en las estructuras de la producción agropecuaria. De forma un tanto más tardía se empleó también lana española. La industria textil inglesa se benefició de la emigración de multitud de tejedores flamencos protestantes refugiados tras la revuelta de los Países Bajos. Inglaterra recibió una mano de obra cualificada que resultó de gran utilidad para el desarrollo de su pañería. La situación de Inglaterra en el mercado internacional de textiles mejoró también como consecuencia de los problemas derivados de la guerra en los Países Bajos y de la decadencia de la industria italiana.


Estos tres fueron los principales focos de desarrollo textil, pero, junto a ellos, existieron otros focos secundarios. En el oeste de Francia floreció una industria de exportación de telas de lino y cáñamo (los famosos ruanes y bretañas), que convivió con otra industria más orientada al consumo interno en regiones como Champagne, Picardía y Borgoña. Por su parte, en Tours y Lyon se desarrolló una industria sedera de considerable magnitud, que ocupó a varios miles de obreros y obtuvo la protección real. También en el sur de Alemania alcanzó la fabricación de tejidos un cierto desarrollo, especialmente por lo que respecta a los fustanes de Augsburgo, Ulm, Ratisbona y Nuremberg. En España se localiza otro foco secundario de producción textil. Las ciudades castellanas como Segovia, Cuenca, Palencia y Ávila desarrollaron una industria de paños de lana, aunque ésta atravesó por grandes dificultades derivadas de la orientación exportadora de la producción de materia prima lanera y de su falta de competitividad frente a las confecciones extranjeras. En la segunda mitad del siglo la pañería castellana se hallaba en franca decadencia. La industria de la seda, de tradición morisca, se desarrolló en Granada (principal zona productora de materia prima), Toledo, Valencia y Sevilla.
Fueron las manufacturas textiles (las más importantes por el número de productores, por el volumen y valor de la producción y por su papel en el comercio internacional) las que alumbraron nuevas formas de organización industrial en la Europa del XVI. Como se ha visto, el monopolio local de las corporaciones de artesanos representaba un control estrecho de la industria urbana, al servicio de una producción de calidad que excluía la presencia de una verdadera empresa capitalista. Sin embargo, se ha podido comprobar que en el norte de Italia la producción textil se organizó en ocasiones de forma distinta, en grandes talleres que concentraban a un buen número de obreros bajo el control de poderosos empresarios.
Los cambios más novedosos, sin embargo, derivaron de la aparición de una industria rural que se desarrolló fuera de los límites de control de los gremios urbanos y que superaba, por tanto, los marcos corporativos. Surgió una clase de mercader-fabricante interesado en los negocios de exportación de textiles que ideó formas de abaratar la producción y de romper los límites impuestos por las corporaciones, sacando provecho de la creciente demanda de paños. Estos mercaderes-fabricantes rentabilizaban las posibilidades derivadas del trabajo en el ámbito rural. Los campesinos podían dedicar sus horas libres al trabajo de hilar o tejer. Sus mujeres, y hasta sus hijos menores, podían asimismo ayudar en ello. Obtenían así unos ingresos complementarios que incrementaban el presupuesto familiar. El empresario-comerciante les facilitaba la materia prima y el instrumental necesario y recogía a domicilio los productos elaborados o semi-elaborados para llevarlos a recibir las labores de acabado en la ciudad. A este sistema se le conoce como "domestic-system" o "putting-out".

Esta forma de organización industrial se desarrolló en Flandes, sirviendo como alternativa a la decadencia de la actividad textil en ciudades como Gante, Brujas o Courtrai, pero también floreció en otros ámbitos de la Europa industrial. Las fluctuaciones del mercado internacional y los grandes riesgos derivados de la elasticidad de la demanda la hacían más rentable que la creación de grandes empresas centralizadas, que exigían fuertes inversiones y gastos de mantenimiento y que podían fácilmente quebrar debido a un cambio de ubicación de los centros gravitatorios del comercio internacional (Lis-Soly).

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